Nací en Zaragoza, en 1960. Desde niña supe que había algo en mí que necesitaba expresarse, aunque entonces no entendía bien qué era. A los ocho años escribí mi primer relato: las lágrimas caían sobre el papel y borraban las palabras, pero aun así seguí escribiendo. Sin saberlo, aquel cuaderno se convirtió en mi refugio.
La vida me llevó por muchos caminos. Trabajé en distintos sectores, formé una familia, viví alegrías inmensas y también silencios que dolían. Durante años, mi mente se ocupó de resolver lo cotidiano, pero fue el alma quien me enseñó a encontrar el sentido. Con el transcurso del tiempo fui comprendiendo que todo —incluso el dolor— había sido un maestro paciente.
A través de la escritura he aprendido a escucharme y a sanar.
Mis libros La Vida, cuando duele el alma y Vivir y ser feliz nacen de ese proceso de transformación: de mirar hacia dentro sin miedo y convertir las heridas en raíz.
Escribo porque creo en el poder de la palabra para alumbrar los rincones donde la vida se queda callada.
Hoy escribo desde la serenidad. No para enseñar, sino para compartir lo que la vida me ha ido revelando: que nada es imposible, que siempre se puede empezar de nuevo, y que cada uno de nosotros es capaz de reconciliarse con su propia historia.
No busco ser ejemplo, solo presencia. Y si alguna de mis palabras consigue acompañar a alguien en su propio camino, sabré que mi escritura ha cumplido su propósito.
“En esta vida todo es posible, y nada es imposible.”
— María José Cerezo

